El hombre mayor la observaba dormida en la penumbra de la tienda de campaña cuando se entreabrió la puerta.
—Viejo, acaba de llegar Matt con la información—le dijo con voz queda para no despertarla.
—Ahora mismo voy. Avisa al resto para que vayan a la tienda grande y a Donna que venga a la mía para quedarse con Alannah—le contestó arropando a la mujer.
Le había costado toda el día que se tranquilizara lo suficiente como para que le contara lo que le había sucedido.
Clark la había encontrado esa mañana vagando por las afueras del último pueblo que visitaron. Las patrullas de rastreadores de niños habían pasado por allí hacía poco y siempre dejaban detrás alguna madre desesperada que no se resignaba a perder a su pequeño.
Alannah, así les había dicho que se llamaba, llevaba varios días desesperada buscando a su hija. En el pueblo le habían cerrado las puertas y había sobrevivido en el bosque, sola, buscando a alguien que le ayudase. “Y lo había encontrado”pensó el Viejo con determinación.
No soportaba a la gente que se imponía por la fuerza bruta, que se cebaba en los más vulnerables de la sociedad: las madres y los bebés. Hacía años que había conseguido darle un sentido a su vida luchando por ayudar a los más débiles, cuando el resto de la sociedad no sólo no lo hacía, sino que volvía la cabeza para no ver lo que pasaba.
Él había cerrado los ojos también durante muchos años, pero su conciencia ya no le permitía vivir ciego a una realidad que no le gustaba.
Donna entró y él miró a Alannah por última vez antes de irse. Pobre mujer. La habían encontrado deshidratada y desnutrida, con fiebre debido a la congestión de leche que tenía en los pechos. Le habían dado agua, comida y antibiótico y al bajarle la fiebre, tras asegurarle una última vez que la iba a ayudar, se había dormido, agotada. Al abrir la puerta para salir, un rayo de sol se reflejó en el pelo rojizo de la mujer acostada. Aunque al menos ahora dormía relajada, su rostro reflejaba de vez en cuando con pequeños tics el sufrimiento que había pasado. Mañana iba a ser un día intenso.
El Viejo caminó por el campamento, mientras el sol del atardecer refulgía en sus ojos color zafiro. Los cerró mientras se acostumbraba a su intensidad, provocando que un millar de arrugas atravesaran su cara. En la tienda grande ya le estaba esperando el resto del grupo.
Se les oía discutir desde fuera, pero su sola presencia bastó para que se hiciera el silencio. Era un hombre alto, con pelo abundante y largo, encanecido totalmente. Aunque hacía años que había rebasado la media de edad que tenían los hombres del país, tenía un magnetismo que aún hacía que muchas mujeres se girasen para mirarle mejor. Él no era consciente de su atractivo, pero sí sabía jugar con su capacidad para reconocer a personas afines y atraerlos a su causa. Era un líder nato y sabía cómo lograr que las personas lo siguiesen sin dudarlo en la dura misión que se había impuesto.
—Dime, Matt, ¿qué has averiguado?—preguntó mientras miraba el mapa que ya estaban estudiando.
—La niña está aquí, en el Reformatorio del Área 5, a un par de días en furgoneta. Iba con la patrulla que con la que nos cruzamos el otro día—dijo señalando.
—Pero, Viejo, ¿no querrás que vayamos a rescatarla? Llevamos semanas fuera de casa, ya casi estamos en la frontera, esto nos retrasará mínimo cuatro días. Ya sé que no es mucho, pero tenemos ganas de regresar, estamos cansados y nos esperan—comentó uno de los hombres mientras los demás asentían.
—No hace falta que vayamos todos. Los que tenéis familia os iréis a casa. Clark, Olivia, Jack y yo mismo partiremos mañana a primera hora con Alannah. Llevaremos provisiones y ropa para dormir en la furgoneta. Jack y Olivia os encargaréis de organizarlo. Clark y yo prepararemos las armas y los dardos tranquilizantes. El resto, junto con Donna, partiréis rumbo a casa por la ruta más directa, tratando de evitar las aldeas que encontréis por el camino. Nosotros regresaremos dando un rodeo por si nos persiguen.
—Este mes ya hemos hecho bastantes incursiones. Participar en otra operación y quitarles un bebé en sus narices, tal vez sea contraproducente. ¿Merece la pena, Viejo? Al fin y al cabo no son más que otro bebé y otra madre de los miles que lloran en este país.
El Viejo lo miró fijamente, sopesando qué responderle. ¿Cómo contarle lo que había visto en los ojos de esa mujer? ¿La angustia infinita reflejada en sus lágrimas? Sólo una vez antes había visto esa expresión y Alannah había hecho que se le hiciera presente con toda la fuerza de su dolor. Habían pasado décadas, pero jamás olvidaría cuando a su propia madre, una mujer nacida libre, orgullosa, consciente de su poder como hembra, le quitaron a sus hijos. Él, un adolescente entonces, vio cómo le arrancaban de los brazos a su hijo más pequeño, mientras ella se revolvía como un animal herido sin lograr nada. Entonces no pudo ayudarla, él mismo fue víctima de una sociedad cruel y desapegada. Pero hoy era adulto y le seguía un grupo de disidentes que también creían en un mundo diferente. Ayudaría a esa mujer, aunque fuese lo último que hiciera en la tierra.
—Sí, merece la pena. Si hace falta iré yo solo, pero no la voy a dejar.—Enrolló el mapa ante la atónita mirada del grupo, poco acostumbrado a que su jefe se dejara llevar por impulsos y salió de la tienda.
Fragmento de una novela.
Mónica Álvarez
16-febrero-2017 (c) Todos los derechos reservados
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Mónica Álvarez
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