Querida hija:
Me hubiera gustado haber disfrutado de más tiempo para estar juntas, charlar y perder el tiempo, sin más.
El tiempo en realidad no se pierde. Quienes nos perdemos somos nosotras. Nos perdemos por el camino de la vida, enredadas en mil cosas que, en el fondo, no son tan importantes como pensamos.
Nos perdemos por recorrer caminos que pensamos que elegimos, pero que lo cierto es que son impuestos desde una sociedad que necesita mantenernos ocupadas en labores inútiles, para que no podamos desarrollar todo nuestro potencial pleno.
La capacidad de manifestar abundancia es algo natural de la naturaleza, y nosotras, como seres vivos, también podemos hacerlo.
Sin embargo, desde pequeñas escuchamos una y otra vez la importancia de un esfuerzo desmedido, hasta tal punto, que nos lo creemos.
Esto, unido a la idea supremacista masculina según la cual solo ellos tienen derecho a ser abundantes y fecundos, hace que nuestro cerebro deseche por completo la posibilidad de manifestar todo aquello que necesitamos.
“Cuentos de viejas y locos”, le llaman.
Y nosotras, nos lo creímos.
Y concebimos, gestamos, parimos y criamos a sus hijos en una pobreza absoluta económica y espiritual.
Solas, separadas del resto y de nosotras mismas.
Creyendo que somos nosotras quienes no lo merecen, quienes hacemos las cosas mal, quienes somos imperfectas hasta el punto de necesitar que nos salven.
Pero lo cierto es que, hay más. Mucho más de lo que ni siquiera imaginamos.
La vida es fecundidad y abundancia y nosotras somos vida.
Tú eres vida.
Dilo en voz alta, hija: “Yo soy Vida. Yo soy Abundancia”.
Repítelo como un mantra, mil veces cada minuto, hasta que logremos contrarrestar todos esos pensamientos inoculados siglo a siglo, que nos alejan de los que, por derecho, nos pertenece.
Estoy cansada y vieja.
He de dormir y no he logrado contarte más que una gota de todo el océano de conocimiento que te tengo para ti.
Pronto te escribo y te cuento más.
Es necesario y fundamental que re-aprendas todo esto.
De ti depende todo.