Hace muchos años, a una amiga se le murió una gatita.
La pobre se comió una goma elásticas (de las de atar, no de las de borrar). Estaría por el suelo y se la comió. El caso es que se le enredó en el intestino y aunque la operaron, no pudieron hacer mucho más por ella.
Yo por entonces tenía gato, y me obsesioné tratando de que no hubiera gomas por el suelo que pudiera tragarse.
Tuve mucha suerte, una vez se tragó un hilo bastante largo que acabó saliéndole por el culo. Con cuidado, tirando despacito, se lo saqué sin mayor problema.
El caso es que me he pasado muchos años retirando gomas elásticas del suelo.
Cuando ya no tenía gato, seguía haciéndolo, y me justificaba pensando en que el bebé que estuviera en casa en aquel momento, se lo podía comer si se lo encontraba por ahí.
Ahora ya no tengo bebés ni gatos en casa, y sigo teniendo especial cuidado en que no haya gomas por ahí sueltas.
Es un patrón mental adquirido que aunque no me condiciona el día a día, pues no es un tema importante, está ahí.
Sin embargo, ¿cuántos tendré que, sin darme cuenta, condicionan mi día a día y las decisiones que tomo?
Pueden ser patrones adquiridos en cualquier momento de nuestra vida.
Sin embargo, los más “peligrosos” son los que interiorizamos siendo muy pequeños.
Como siempre han estado ahí y en realidad los percibimos como “lo normal”, no nos resultan disruptivos, y seguimos actuándolos, sin cuestionarnos.
¿A ti te ocurre?
¿Has percibido alguno que sea simplemente curioso?
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Mónica Álvarez Álvarez
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