Es de noche otra vez y hay bastante actividad.
Hordas de jóvenes pasan en dirección sur, camino de los bares y discotecas que hay más allá del parque. Algún grupo se queda en los bancos, bebiendo y ensuciando de colillas la arena de los niños. Aunque no puedo enfadarme me hubiera gustado ir y darles un buen susto, por guarros. Pero no puedo moverme de aquí.
Es ya avanzada la noche y una pareja regresa por el camino. Van de la mano y él mira hacia el bosque como si buscara algo. Pienso que han visto el cuerpo, pero no. Simplemente vienen hasta aquí de la mano y se tumban sobre una manta gris raída. Comienzan a besarse y a meterse mano. Yo los observo con curiosidad. No puedo hacer otra cosa. Ella se suelta la blusa y el sujetador y él comienza a masajearle un pecho mientras lame y succiona el otro. Yo los miro sorprendido, no esperaba tener un espectáculo así tan cerca. Casi hasta no me importa que no reparen en el cadáver. De repente, ella se levanta, se baja las bragas bajo la minifalda. Él manipula la cremallera, hurga un poco y saca la polla en todo su esplendor. La chica sonríe pasándose la lengua por los labios, se sienta encima y por sus caras de éxtasis, casi puedo “ver” el acoplamiento, no con los ojos, sino sintiéndolo, como si yo estuviera en sus cuerpos, en los dos. Es muy extraño. Y entonces sucede. Mientras ellos dos se mueven, un remolino de colores, de luces brillantes comienza a girar en mi interior. Ni siquiera tengo conciencia de estar marcándome una paja cósmica, pero lo cierto es que verlos follar a menos de dos pasos de mi ser incorpóreo provoca en mí una sensación, algo tan cercano al placer físico, que caigo al suelo jadeando y sudando (¿sudando?) hasta que el remolino estalla en mi vientre y me derramo. O esa sensación me dio, porque técnicamente es imposible. Seguido, la chica también se corre, el tipo se la saca y eyacula en la hierba. Muy mal. Me están poniendo perdido el escenario del crimen.
Yo sigo allí tumbado, jadeando de forma incorpórea, sorprendido pues no sabía que se pudieran tener estas sensaciones “físicas” tan vívidas. Estoy tratando de entender lo que me ha sucedido, cuando la chica se pone a gritar. Me pongo de pie como activado por un resorte. El chico salta como si le hubiera picado un alacrán y ella sigue gritando con los ojos desencajados, fijos en mi zapato. Bueno, en el zapato del cadáver que, ya no soy yo. Menos mal que por fin me ve alguien.
Mónica Álvarez Álvarez
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