Encontró al equipo científico gracias a los fogonazos del flash de las cámaras de fotos, estaban frente al parque infantil. Era cierto que, aunque era una zona no totalmente oculta, sí que quedaba resguardada de la vista desde el camino. Alguien se acercó hasta ella con la mano por delante en señal de saludo.
-¿Detective Etxeberria? Me han avisado por radio de que llegaba usted -un hombre alto y apuesto para su edad la saludó-. Soy Francisco Sánchez, detective. No nos han presentado oficialmente, pero voy a ser su compañero. Lamento mucho que tenga que incorporarse al servicio en estas condiciones.
-Bueno, es lo que hay, ya habrá tiempo para presentaciones oficiales. ¿Qué tenemos? -respondió ella aceptando el apretón de manos.
-Varón de entre 30 y 40 años, en avanzado estado de descomposición. Tendrán que darnos más datos, pero parece que lleva aquí a la intemperie varios días y con lo que ha llovido, imagine cómo está el cadáver.
-Y todas las pistas que se habrán perdido -respondió ella caminando por el césped hacia la arboleda tras los pasos del hombre.
-Están tomando fotografías de toda la zona. Parece que hay indicios de que pudo ser arrastrado hasta aquí.
-Ya veo -dijo ella observando las plaquitas con números del suelo?.
-No sé si le han dicho cómo lo han encontrado.
-No. Quien me ha llamado no sabía mucho más que el hecho de que habían encontrado un cadáver. -Etxeberria, que seguía observando todo, captando y registrando en su mente hasta el más mínimo detalle, estaba tomando conciencia de un hecho que escapaba a lo normal. Al menos a lo que ella consideraba “su” normalidad.
-Pues una parejita que ha venido aquí a follar, casi se lo monta encima del difunto -el detective Sánchez habló con un tonillo de sorna que a Lore le causó una sensación extraña, pero como no podía hacerse cargo de ella en ese momento la archivó en su cerebro para más tarde-. Los han llevado a comisaría, cuando acabemos aquí iremos a interrogarlos. Al tío se le ha debido caer la polla del susto. -Sánchez ahogó la carcajada cuando vio la dureza con la que le miraba la Inspectora.
-¿Le falta mucho a la científica? Querría ver el cadáver. Aquí no pintamos mucho más -dijo mirando en dirección a la sombra que había visto antes que, en lugar de alejarse, se acercaba- Qué extraño.
-¿Extraño? Sí, bueno. La verdad es que en un pueblo como éste en el que nunca pasa nada es raro que de repente ocurra un asesinato con este nivel de ensañamiento. Venga, nos dejan pasar. -Levantó la cinta de plástico cediéndole paso a ella y los dos se acercaron a una mujer que, vestida con un mono blanco y guantes, se levantaba de encima del cuerpo que había estado estudiando.
-Doctora, le presento a Lore Etxeberria. A pesar de lo joven que es, es la nueva detective. -La mujer de blanco se quitó el guante de la mano derecha para estrechársela con una sonrisa y pasó a explicarles la situación.
-Como veis, el asesino se ensañó con la víctima propinándole un fuerte golpe en la cabeza que le destrozó el cráneo y parte de la cara. Esto, unido al avanzado estado de descomposición hará imposible identificarle sin pruebas de ADN. -La experta iba señalando con su boli las zonas de las que hablaba, mientras los dos policías observaban- Sin embargo, no fue el golpe el que le causó la muerte, sino el disparo de bala que tiene en el costado. Entró en la caja torácica entre la segunda y la tercera costilla flotante, con una trayectoria oblicua de abajo a arriba. El forense tendrá que decir dónde se alojó la bala, pero parece como si hubiera querido llegar al corazón.
-Con lo que descartamos que sea algo fortuito. Quien dispara teniendo en cuenta el ángulo de la pistola, para llegar al corazón desde las costillas nos deja un mensaje muy claro -constató Etxeberria agachándose y acercando su cara a la altura del agujero de bala-. Aunque hasta que el forense no lo compruebe no es más que una hipótesis.
Al mirar hacia arriba lo vio encima suyo, como si escuchara lo que les estaba diciendo a sus compañeros y quisiera observar por sí mismo.
Y entonces, sucedió. La sombra levantó la cabeza y la miró a los ojos. De repente, una sensación helada le recorrió la columna vertebral y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para sujetar los miedos que habían poblado su infancia y que amenazaban con inundarla en ese momento.
Mónica Álvarez Álvarez
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